Una de las protagonistas tiene un cáncer que ha hecho una metástasis chunga… Las probabilidades de supervivencia son de un 5 por ciento.
Me encuentro convenciendo sutilmente a Álvaro de que no se va a salvar.
No le gusta.
No lo dice pero lo conozco. Sé que es así.
Déjame un par de episodios disfrutando de que quizá se salve. ¿Por que no se puede salvar?, me dice henchida la voz de tristeza.
No contesto nada aunque se me ocurren mil respuestas.
Más tarde me pregunta qué es lo que yo pensaba mientras él tuvo el cáncer…
Le contesto preguntándole a mí vez: ¿Qué pensaba en cuál de los sesenta minutos que tiene cada una de las veinticuatro horas que tiene un día?
No sé si ha entendido a qué me refiero… Tuve 1440 pensamientos distintos a lo largo de cada día de aquella época. Dura época.
El tema es profundo y no me apetece abordarlo…
Sobre todo porque mi cabeza está en otro sitio… Se ha quedado detenida en otro momento de la conversación.
De repente me he asustado…
¿Qué significa este momento?
¿Yo tratando de “preparar” a Alva para lo peor, mientras él se resiste esperando todavía lo mejor?
¿Qué es esto? ¿El mundo al revés?
Y tanto que me he asustado.
¿Dónde está la Bea de antaño? ¿Dónde aquélla positiva incorregible hasta resultar cansina?
La respuesta me asusta más aún: No lo sé.
Quizá se fue para siempre. Quizá ha tenido que irse para que yo pueda sobrevivir.
(Silencio dramático.) (Y tan dramático!)
La ansiedad me puede por un momento.
Me levanto, voy a por una Coca a la cocina… Deambulo intentando disimular… Por dentro estoy colapsada…
¿Dónde diablos se ha metido aquella Beatriz?
¿Ha desaparecido y ni tan siquiera soy consciente de ello?
Vuelvo tratando de que no se note por fuera lo asustada que estoy por dentro.
Pero soy valiente. En eso no he cambiado.
Me siento a su lado. Me acerco invadiendo su espacio.
Disparo a bocajarro: ¿Me querrías igual si de repente ya no fuera… “tan positiva”?
Se lo piensa un rato antes de responder.
Sé que no tarda porque se esté planteando “si me querría igual o no”. Sé que está buscando una respuesta contundente.
No has estado más negativa que durante la depresión, y te he seguido queriendo igual. Responde al fin.
Bien respondido, le digo.
Y lo pienso de verdad. Es una buena respuesta. Y cierta. Nunca fue tan difícil quererme como entonces, y él no dejó de hacerlo ni un sólo día. A pesar de todo el daño que sé que le hice (contra mi voluntad, pero se lo hice), no dejó de amarme nunca.
De todas formas yo no preguntaba exactamente eso.
O quizá sí, pero no me refería a eso.
Ahora que “estoy bien” (todo lo bien que uno puede estar después de pasar…) ¿Y si yo hubiera cambiado para siempre y ya no fuera a ser más “la chica positiva”, perennemente “como recién duchada” que fui?
Entonces. Entonces me refiero. ¿Me querría igual?
Aunque en realidad eso no me preocupa. Sí creo que Álvaro me seguiría queriendo igual. A lo mejor suena prepotente, pero me da lo mismo cómo suene. De verdad creo que Alva seguiría amándome de la misma forma… Es marca registrada de la casa. Amarnos se ha convertido en un vicio. Está por encima de lo que hagamos… Por encima de nosotros mismos. No. No me preocupa que deje de amarme. Aunque dicho así… No me preocupa no porque no me importe, sino porque mi mente no puede procesar que eso llegue a ocurrir.
Pero lo que de verdad me ha bloqueado ha sido ser consciente, por un momento, de que a todas luces parece que ya no soy, por dentro, la misma que fui…
Es cierto que últimamente las cosas están afectándome menos… Sufro menos. Me siento más tranquila. Más relajada. Más distante del dolor. Por últimamente me refiero a muy últimamente…, como un par de semanas, más o menos.
Pero, ¿será a costa de haber perdido parte de mi esencia? ¿Será a costa de determinados rasgos de mi carácter, como aquel enfermizo positivismo que enarbolaba como estandarte?
El otro día, hablando con Lucía, me di cuenta, cuando me dijo que estaba preocupada porque me presentía triste, que le dije que no se preocupara, que estaba bien, que por dentro estaba más tranquila, más relajada, que algo estaba cambiando…, aunque no sabía si a los demás les iba a gustar el cambio…
No sé. Algo así fue.
Por cierto, breve pero agradabilísima la conversación. La echaba de menos. A Lucía, digo. No fui consciente hasta estar hablando con ella. (Besitos guapa!!!)
¿Por qué le dije eso? ¿Qué quería transmitirle?
¿Me traicionó el subconsciente, quizá?
Entonces no le di demasiada importancia. Pero después de lo de esta noche…, me pregunto si podría llegar a cambiar tanto como para que a mis amigos ya no les gustara como les gustaba antes.
De hecho creo que eso ya ha pasado.
Bueno… Pero…, ¡¡¡¿¿¿qué digo???!!!
Si eso pasa es que en realidad no me quisieron nunca.
Yo he asistido en vivo y en directo a cambios importantes en personas a las que quería, y salvo que los cambios intercedieran directamente con asuntos que yo considero incuestionables, como racismo, violencia o injusticias imposibles de soportar, nunca otra cosa me ha separado de la gente a la que quiero.
Por lo tanto, respondiendo a la pregunta que no he formulado… No. No me importaría que a mis amigos ya no les gustara como les gustaba antes, porque el cariño está por encima de todo eso.
Querer es otra cosa.
Así que… Más tranquila ya… Me voy a la camita, que aunque mañana no madrugo mucho (siete y media), ha sido un día agotador y necesito recuperar fuerzas.
Uuuffff… Qué bien me ha sentado hablar conmigo misma.
Te deseo lo mejor a ti que estás leyéndome…
Y, como aunque cambie, sigo siendo la misma… Te espero, como siempre, donde siempre… En tanto, que descanse tu cuerpo y se nutra tu alma…
Don’t stop me now!