No quisiera nunca olvidar que veo.
No puedo.
Olvidar que veo sería olvidarte. Olvidarle. Olvidarme.
Olvidar que veo sería perder. Perder y perderme.
Sería negar que existen las estrellas. Ellas, y todos los deseos que me concedieron. No. Sería aún peor. Sería rechazar que durante un tiempo, yo creí firmemente que ver una estrella fugaz me concedía un deseo.
Sería como matar esa ilusión. Desterrarla para siempre de mi historia. Asesinarla.
No. No puedo. No puedo olvidar que veo.
Olvidar que veo sería morirte. Matarle. Morirme.
Olvidar que veo sería fallar. Fallar y fallarme.
Sería aceptar que nada importa demasiado. Que da igual ocho que ochenta, que es lo mismo pasear en noche cerrada que con luna llena. Sería venderse al enemigo, ése que intenta -para mejor manipularte- que llegues a creer que no importa en lo que crees.
Pero, no te engañes. Ver, y no querer dejar de ver, requiere ganas. Capacidad de lucha. Valor y voluntad a partes iguales. Y cojones. U ovarios. Depende.
Lo cierto es que hay que ser valiente. Para ver. Valiente para Verlo todo, y querer seguir viendo.
Para no vender barata la piel por un cruel latigazo. Para mantener la ilusión tras un nuevo desengaño. Para no rechazar la verdad aunque te rocíen de mentiras. Para aceptar que a veces todo es feo, pero que lo hermoso sigue ahí, a la vuelta de la próxima esquina.
Para no dejar tirada la única verdad. Que soy un ser afortunado. Pero no porque la vida me trate bien -que lo hace-, sino porque todos y cada uno de nosotros, -¡tú también!- venimos al mundo con una habilidad que nada ni nadie puede arrebatarnos: La capacidad de Ver.
Y no me refiero a mirar por encima. Ni siquiera a observar detenidamente. Es mucho más sencillo e instintivo. Me refiero a Ver.
Porque cuando Veo, ya no puedo volver la vista atrás. Ni fingir que no he visto. Ni dejar de Ver.
No. No puedo permitirme el lujo de olvidar que veo.
Que veo la música.
Que escucho las flores.
Que huelo el silencio.
Que saboreo tu voz.
Que toco tu recuerdo.
No. No puedo olvidarlo.
Porque quizá entonces deje de saborear la música.
De tocar las flores.
De escuchar el silencio.
De ver tu voz.
De oler tu recuerdo.
Y yo sólo soy yo. Distinta. Mejor. Única. -Como todos-. Porque veo. Y porque lo sé.
Y sobre todo porque cada mañana me levanto y me enfrento al mundo con una idea que me abre los ojos y me instala en la esperanza. Una idea -humilde y, empero, grandiosa- bien enganchada a mis entrañas:
No quisiera nunca -¡nunca, por favor!- olvidar que veo.
Querida Bea;
No olvides que ves, pero tampoco te prives de relatarnos lo que ves pues de ese punto de vista -el tuyo- de la forma como miras, tu forma de sentir el mundo que te rodea nos has regalado hermosas flores que tus lectores sabemos oler.
Querido Javier:
Es curioso que me digas, precisamente eso, cuando tenía escrito “La capacidad de Ver” desde hace un par de noches, y como muchas, muchas otras cosas que escribo, no me decidía a “subirlo” al blog. Alguien me rogó encarecidamente -desde la distancia- que lo hiciera, sin haberlo leído si quiera, y me encontré haciéndolo, sólo por cumplir una promesa.
Ha sido muy hermosa tu forma de decir, como bien comenta Afortunada, pero la verdad es que las más de las veces, me siento tan pequeñita, tan insignificante, que me pregunto: “Y, ¿para qué?”
Pero bueno, el caso es que ahí está. Batalla ganada.
Muchas gracias, no obstante, por tus palabras. Sabes que me alientan y me ponen en el camino, disipan mis dudas y me incitan a seguir. Acabas destruyendo, con tus palabras, algunas de mis estúpidas preguntas… Ojalá sigas oliéndome siempre… Mis flores y mis palabras.
Creo que Javier ha expresado muy bien lo que yo queria decir, gracias , pero me dejaste sin palabras………
Solo añadir una vez mas gracias.
Me encanto lo de escuchar las flores……..oler el silencio……tocar tu recuerdo……….
Querida Mari:
Me satisface que Javier y tú estéis de acuerdo, en algo tan hermoso dirigido a mí.
Me conoces. Sabes que hay cosas que me resultan muy difíciles. Escribir no es una de ellas. Pero sí compartir lo escrito. Es una guerra en la que todavía sigo batallando. Cada día. Cada vez.
A veces pierdo y a veces gano. Pero quiero que sepas que, en cualquier caso, es una bendición para mí tenerte ahí.
Por cierto, tengo que responder tu maravilloso mail sobre mis “columnas de sexo”. Sabes que no he tenido muchos ánimos últimamente. Disculpa el retraso. Dame un poco más de tiempo. Pero muchas gracias también por eso, me devolviste las ganas “en ellas” que ya había perdido. ¡¡¡¿Ves la falta que me haces?!!!
Sí…, a mí también me gustó eso… Escuchar las flores, oler el silencio.
Tocar tu recuerdo.
Te quiero, preciosa.