Santa Beatriz…
Cuenta la historia que fue una joven compasiva y piadosa. Como todas las santas. Pues…, ¿cómo iban si no a canonizarla? Virgen y mártir, hermana de los santos mártires Simplicio y Faustino, rescató los cadáveres de ambos que habían sido arrojados al Tíber, y ella les dio cristiana sepultura. Una traición por codicia hizo que fuera encarcelada y muerta en la misma cárcel. Descansa eternamente -como no podía ser de otra forma- en Santa María la Mayor en Roma.
Dicen también que, Santa Beatriz de Este, -hija del Marqués de Ferrara-, se dirigía a Milán para casarse con el príncipe Galeazzo, cuando recibió la noticia de la muerte de su amado. Tan enamorada estaba, y luego tan triste quedó, que decidió fundar el monasterio de San Antonio de Ferrara, y allí -junto a otras siete doncellas que decidieron acompañarla- murió (virgen de nuevo, parece requisito sine quanon para alcanzar la gloria) allá por 1262 y, claro, también la hicieron santa.
No podemos olvidar tampoco a Beatriz Portinari, dama florentina (1265 ?-1290), que fue idealizada por Dante en su Vida nueva y sobre todo en la Divina comedia. Tras la muerte de Beatriz, -si es que existió- el poeta la convirtió en símbolo de fe, en guía y protectora celestial, según citan diversas fuentes.
Y luego, -cosas del caprichoso destino-, existe una zona residencial llamada Santa Beatriz en el Cercado de Lima, en la ciudad del mismo nombre, capital del querido Perú. En dicha zona -entre otras muchas cosas de interés- se encuentra el hermoso y reformado Parque de la Reserva, que alberga un bello conjunto de fuentes de agua agrupadas en el llamado Circuito Mágico del Agua. (Para que luego digan que no…)
Mmm…
Y luego están las Beatrices del mundo. Las que a pesar de tener un día en que celebrar su onomástica, no son más santas de lo que lo son las piedras o amapolas que descansan al margen del recto sendero. Al pie de cualquier camino.
Ya hablé -algún que otro 29 de julio- de la carencia de mi fe cristiana. En realidad, de mi fe en cualquier religión adoctrinadora y organizada. No voy a repetirme hoy. Ni a extenderme más en el tema.
A mí lo único que verdaderamente me gusta del nombre Beatriz, -además de que lleve zeta (me encantan las palabras con zeta)-, y que rime con emperatriz, matiz, meretriz y feliz…, es lo que significa. Ya sabes…, algo así como “aquella que hace felices a los demás”. Con eso, me va sobrando todo.
Lo dije ya y me reitero con hastiada rabia: Ni soy virgen. Ni santa. Ni nunca lo quise ser.
De hecho: ¡¡¡No quiero serlo!!!
Yo quiero vida.
¡Vida!
Quiero excesos. Y música. Y piel.
¡Y no quiero nunca dejar de quererlo!
No creo en lo de “ir al cielo o al infierno”. En el infierno ya estuve en vida. Y ya le valió madre. Y del cielo lo único que me importa es poder seguir gozando de las estrellas que conforman el firmamento.
El secreto de mi universo cabe en “un verso”. Y si eres valiente, -léeme bien-, te invito a componerlo…
Que me perdonen todas las Beatrizes que antes que yo fueron santas, y las que lo serán después de mí…, incluso aunque no se llamen Beatriz.
Yo sólo soy una mujer. (Y sí, muy, Muy Mujer… :)
No quiero ser más de lo que ya soy. No quiero ser más alta, ni más flaca (bueno, sólo un poco… jajaja), ni más joven (bueno, sólo en algunas ocasiones…), ni tan siquiera más sabia de lo que ya soy.
Me basta con mirar hacia atrás y saber que hice todo lo que pude, que viví todo lo que quise, que disfruté incluso lo prohibido. Y que amé sin medida. Como sólo aman los inocentes. O los culpables. ¿Y qué más da, mientras amen?
Mientras la llama de mi vida sigue brillando…, amo.
Mientras el sol sale y la luna sonríe…, amo.
Mientras mi piel esté tibia y reaccione…, amo.
Mientras Beethoven suena…, amo.
Mientras exista algo que aún no haya leído…, amo.
Y amo mientras escribo porque escribo lo que amo.
Y eso. Precisamente eso. Me devuelve cada día a lo mejor de mí misma.
Y aunque existiera alguna vez una Santa Beatriz… ¿Qué importa? Tampoco vamos a rasgarnos por ello las vestiduras.
Cada quien viva como quiera, pero -sin herir- ¡viva!
Yo prometo intentar no dejar de hacerlo mientras me quede vida. Y te invito -por mi santo- a un rico té, y a que tú tampoco dejes de vivir, ¡nunca!, por más santo que tu nombre diga que eres…
(Por cierto… Hablando de santas… ¡Feliz día a ti también, querida Marta! Te quiero, preciosa supersobri!!!!)